22 abr 2015

La nena.

La nena está asustada. Está sola en una casa muy grande y oscura. No se pierde pero se ahoga en tanto espacio vacío. La mamá duerme, siempre duerme hasta que llega el papá. Pero el llega tarde. Nunca llega. La nena es pura luz. Canta, para espantar a los fantasmas que se ocultan entre mugre y oscuridad. Un golpe le pide silencio. Ahora le arde la carita, llora bajito y canta en su mente. Cuenta los caballitos de la sábana. Su madre duerme hace días. Del otro lado de la ventana hay vida, una vida que ella no conoce, llena de sol y familias felices. La casa se hace mas chiquita y el vacío mas grande. Ve acercarse un auto conocido. Se arregla el pelo con sus deditos detrás de la oreja, estira la sabana, se acomoda el pijama y pone su sonrisa más brillante. Llega papá y pone cara fea cuando ve que mamá duerme. No hace preguntas. No mira a la nena. Se encierra. Desaparece dejando una soledad ruidosa detrás de el, que despierta a mamá. Pero mamá tampoco mira a la nena. La nena sabe que es chiquita, pero sabe también que es una persona. A veces la abuela la trata como si fuera persona, ¡Hasta le dice que es linda!.  La tele esta prendida. Mamá la apaga, mirando a la nada. El silencio es aterrador, pero mas terrorífica es la amenaza de romperlo. Despacito, casi al oído, la nena le cuenta a un osito que ella tiene 4 años y que a veces va a el jardín. Que vive con su mamá, su papá y su hermanito, pero que el es muy bebé y llora algunas veces, poquito porque mamá se enoja. Pero el osito tiene los ojos de plástico, tampoco ve a la nena. Y entonces ella empieza a sentir que desaparece, pero no se va volando, solo se hace invisible y pesada, como si se la llevaran. Y llora, llora con todas sus fuerzas porque no quiere que otra vez se olviden de ella en el jardín por ser transparente. Llora porque no quiere que la reten por cosas que no entiende. Llora y abraza al osito. Llora con la cara deformada y las rodillitas en el pecho. No conoce todavía el significado de tristeza, nadie se lo enseñó. Y de repente mamá se levanta. Papá también. ¡Y la miran! Pero no la abrazan ni le preguntan que le pasa. En cambio la señalan, se ríen y le dicen cosas que ella no entiende pero sabe en su alma que son feas; 'gorda maricona, hipopótamo, boba'. La nena abraza mas fuerte el osito y no llora más. Si las lágrimas hicieron que la vieran, quiere volver a ser invisible. Se limpia la cara solita. Llora despacito un rato más, con la cara en la almohada cuando mamá y papá se van. Acostada, ya soltó el peluche, empieza a quedarse dormida cruzando los deditos y pidiendo no volver a despertar.

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